Al rescate del NIÑO INTERIOR
Cucú Trás...¡Te veo mi niño!
“Hay un niño que habita en nuestro interior. Es el niño que fuimos. O que jamás nos permitimos ser. Vive ahí dentro. Agazapado. Esperando ser visto, atendido. RECONOCIDO. Aprendió a callar dolores antiguos. Perdió la risa en algún punto del camino. No sabe cómo ocurrió, ni cuándo. Pero sucedió. Un día el adulto se sintió adulto. Y lo hizo callar. Le dijo que ya no era más tiempo de jugar. Que la vida era algo serio que tomar en serio. Lo arrinconó. Y apagó su voz. El adulto tomó el control. Creyéndose capaz de vivir desconectado de la inocencia, del juego y del asombro. Y puso todo el empeño en tomarse la vida muy en serio. Como debía ser. Como otros adultos con niños olvidados en su interior que le precedieron habían dicho que “debía ser”. Y se desconectó del verdadero sentido del vivir. Siendo así como perdió el verdadero sentido del juego de la VIDA.”
La representación del niño interior es la metáfora que simboliza nuestra alma. Es la conexión con aquello que nos recuerda quién somos. Lo más puro de nuestra verdadera esencia. El SER auténtico, la expresión individualizada de la energía creativa de la vida que se manifiesta en cada ser humano.
El niño es libre, vive en presente. Se permite expresar lo que siente. Desde el enfado más terrible hasta el puchero de tristeza más profunda. Y olvida el daño y se entrega fácil a la caricia. Estalla en risas cuando se siente feliz. Fantasea, Imagina. Celebra la vida cada día. Y toma todo como un juego. Explora, toca, curiosea. Saborea la intensidad. Degusta el momento.
Se muestra tal como es. Y siente que el mundo es un lugar seguro donde observar, soñar y experimentar. Es apenas un recién llegado que aún medio recuerda de dónde viene. Vive inmerso en la magia. Como algo natural. Conectado con la Fuente.
Quizá todos deberíamos experimentar o haber experimentado la infancia. Sin embargo, muchos niños nunca llegan ni a ejercer de niños. Apenas ponen el pie en el mundo y ya cargan cargas muy pesadas y afrontan vivencias que les impulsan a activar el adulto. A protegerse, a esconderse. Como medida de seguridad. Se produce así la desconexión con su naturaleza. El “yo” del ego herido se esfuerza por conseguir el amor y la aprobación de los demás e intenta continuamente protegerse del dolor emocional. Comienza a buscar fuera lo que siempre estuvo dentro.
Y es que el niño es vulnerable, ¡deliciosamente frágil! y eso es lo que le hace fuerte, auténtico y poderoso. Y Bello. Muy Bello. El adulto, sin embargo, enfundado en su personaje, vestido de miedos e inseguridades lo obliga a mantenerse quietito y en silencio. Cree que mostrar la vulnerabilidad es señalar un mapa donde herir. Un punto que enfoca donde disparar. Así es que saca la máscara y viste el disfraz del rol que corresponda desnudando al niño de su naturalidad y autenticidad, amordazándolo en algún lugar recóndito lugar. Quitándole el poder. - Como si eso fuese posible-.
De este modo, un día el niño se fuerza a olvidar la magia que le ha sido prohibida, arrebatada, cuestionada. Y se marchita. Nadie le ve, nadie le escucha. Y enferma de tristeza. Y es así como el adulto termina no recordando ni quién es, se enreda en los roles, enfoca hacia fuera y “se pierde”. Cree haber perdido la sabiduría, la intuición, la inocencia, la ternura, la espontaneidad, la dulzura, la belleza, la fe, que por siempre fueron suyos. Y empieza a ver el mundo como un lugar hostil donde sobrevivir, sintiendo un vacío que con nada consigue llenar.
En ocasiones escucha un murmullo en su interior, una llamada de auxilio. Un llanto reprimido. No obstante, el miedo lo paraliza, la mente con su lógica razón al mando pone “orden”, las creencias lo encaminan hacia “lo adecuado” o más bien “lo apropiado” y se dice a sí mismo: -“¡tonterías!, de nuevo me habrá parecido escuchar otro lamento…” - mientras se apresura en su ajetreada vida “tomada en serio” a atender asuntos importantes que resolver. Enmascarado, desconectado, desorientado.
Y pasan los años. Hasta que un día ese vacío pesa tanto que lo abate, lo devasta y lo desmonta. Y una chispa de lucidez escuchando la débil vocecita del “diminuto” inmenso Ser que lo habita y lo guía, le hace explorar en esa sensación de insatisfacción. De una vez por todas. Porque no soporta más el hastío que supone vivir enfundado en el gris.
Y se atreve a mirar hacia dentro. No resulta agradable. Lleva tanto desenchufado de la Fuente que siente como si una bofetada cósmica le hiciera comprender sin miramientos la raíz de su infelicidad y su vacío. Asume y reconoce, que no es feliz, y este es el primer gran avance. Comprende que por más que haga, busque, o se convenza, se siente incompleto. Y es hora de asumirlo. Menudo revés...
Y ya puesto en faena, una vez visto lo visto, decide sumergirse en su interior. Bucear, Rastrear, Explorar. Permitir que su alma se exprese. Y encuentra el motivo. Allí acurrucado está el niño con su hilo de voz contando musarañas.
Mira a los ojos del niño, y estalla en infinita ternura abrazándolo pletórico de amor. Y se reconoce en esa mirada. SE RECONOCE. ¡Al fin! Siente que el niño tiene todas las respuestas. Que siempre estuvieron ahí, intentando ser escuchadas. El niño, como es niño, perdona el abandono, el exilio, la mordaza y se ilusiona ante la propuesta de volver a reír, a jugar, a sentir. Juntos se dan la mano y se fusionan como uno, como lo que siempre fueron antes de dividirse en un absurdo intento de adaptación al medio. Y la vida se convierte en una noria de color.
Atención, oreja fuera, oreja dentro. ¿Hay algún niño quejándose en tu interior? ¡Atiéndelo! Dale voz….
Y si te cuesta escuchar, si es demasiado el ruido mental, la contaminación cultural, el patrón adquirido, el bucle cognitivo, el personaje enquistado que portas, busca ayuda. No te demores más. ¡Hay un niño que salvar! Encuentra ese terapeuta “niño” que “vea” tu niño, que te acompañe en ese reencuentro. Será algo hermoso… ¡Cosa de niños!...
Busca en lo recóndito aquél niño herido, lastimado, rechazado, amordazado. ¡Rescátalo! Dale la oportunidad de ser lo que no fue.
Y juega, conecta con la alegría… ¿hace cuánto que no te ríes a carcajadas? ¿Hace cuánto que no ves hadas? ¿Cuánto hace que no rompes las normas, que te atreves a hacer lo que no se “debe” hacer? ¿Hace cuánto que no admites tus necesidades, que no muestras tus flaquezas, tus debilidades? ¿Cuánto hace que no pides?....
Y dale todas esas caricias anheladas. Las que no tuvo. Siente la pureza en su corazón. La belleza que es belleza porque reside en su mirar. Escúchalo. Deja que diga aquello que jamás se le permitió decir. Cuídalo. Porque ahora que lo has visto, es tu responsabilidad cuidarlo y amarlo. Sólo así colmarás el vacío.
Y de su mano, busca el tesoro escondido.
Encuentra qué te regala la vida disfrazada de drama.
Mayla J. Escalera (Senda)
Terapeuta Transpersonal
Rescates de niño interior